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Red State, la última película de Kevin Smith

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Si la estadística fuera una ciencia fiable, sacar mejores resultados de los que los sondeos adelantaban significaría que a parte de las personas que te votan les avergüenza reconocer que lo hacen. Como la estadística no es una ciencia fiable, no podemos dar por supuesto que el Partido Socialista de Cataluña tenga entre sus votantes a muchas personas a las que les dé miedo reconocer públicamente que les van a votar.

Hecho el chascarrillo de actualidad, pasemos al punto interesante de todo esto: el miedo. El miedo es uno de los afectos primarios, es también una sensación fea que no mola tener. En definitiva, el miedo es algo que preferimos evitar, pero que no obstante, está en nuestras vidas. Lo está cuando dejamos de hacer una huelga con la que estamos de acuerdo porque no queremos quedar mal en el trabajo, y nos escudamos en que la anterior “sí la hice porque estaba en el paro”. El miedo es también eso que nos obliga a obedecer órdenes  porque la alternativa a gasear a esos judíos es ser ejecutado por el gobierno. Y el miedo es eso que hace que las mujeres maltratadas no denuncien a sus maltratadores, manteniendo sus ataduras en el peor de los casos, o dejando sueltos y libres de todo peligro a esos hijos de la gran puta para que sigan aplastando a personas más débiles con impunidad. El miedo al castigo, a la prisión y a la muerte es lo que permite que sigamos viviendo en un mundo injusto sin atrevernos más que a alzar la voz un poco de más un par de veces al año. El egoísmo es reflejo de un miedo que nos impide arriesgarnos por el bien mayor.

Pero también hay otro miedo, un miedo de andar por casa, más mundano, más corriente, como de baratillo. No obstante no debemos caer en el juego fácil de no valorar en su justa medida el terror cotidiano de nuestras vidas normales, ese miedo lamentable que nos hace cerrar la puerta para masturbarnos aunque estemos solos en casa o el pánico a reconocer un error. A admitir que no sabes hacer videoblogs interesantes y que ser lesbiana no da para seguir haciendo lo mismo año tras año. El miedo que me da volver a deciros que, chicos, sigo sin poder actualizar puntualmente Crisis Creativa. O en definitiva, el miedo a descubrir que Salvador Raya se quita las gafas, sale de discoteca y come más coños que tú.

Todos estos miedos pueden causar en nosotros reacciones tan graves como las que le sugiere a un neoliberal el Gran Hermano estatal, a un activista los antidisturbios o a Enrique de Diego que le toque una suscripción vitalicia al catálogo de productos Casa Tarradellas. Y es normal, porque al fin y al cabo nuestros demonios personales son tan tremendos como los inmensos avatares del mal que se ciernen sobre nuestra sociedad, porque los tenemos que combatir nosotros solitos. El miedo al desengaño, al abandono, a que nos vuelvan a hacer daño.

Miedo es que poner fotos de chicas para no perder lectores.

Y entonces es cuando te encuentras con la habitual batería de tópicos que te dice todo el mundo que, ante su resolución evidente de todos los problemas de los demás, cabe imaginar que no tiene problemas propios en los que meterse. Que hay que darle nuevas oportunidades al amor, que te pega porque te quiere, que la Fórmula 1 es divertida “en serio ya lo verás”, que en realidad Rubalcaba no quería cambiar la constitución pero ZP le obligó raspándole la calva con papel de lija… Que si la semana que viene de verdad de la buena que actualizo Crisis Creativa los dos días que me comprometí a actualizar…Bueno, ¿qué os voy a contar?

Sin embargo hay veces que es verdad. No lo de votar al PSC hombre, no, me refiero a que esos miedos son eso, miedos, y que lo mejor que podemos hacer es hacerles frente y reconocer que quizá no es para tanto. Que hombre, los hematomas son bonitos, que seguro que Cristina Cifuentes no sabe dónde está su marido, que El Mundo no volverá a utilizar interesadamente información con fines electoralistas, o que El Jueves ha despedido ya a Kim pero que ya sabemos cómo funciona Correos y por eso sigue publicando, que no se entera (y que por eso El País prefiere avisar de los despidos vía e-mail).

Es entonces cuando tenemos que echarles pelotas y enfrentarnos a nuestros miedos, a aquella vez que no fue como en nuestro cuento de hadas mental, que es cierto que la última vez dolió y dejo secuelas, que puede ser que hayamos perdido la fe, que ya no creemos que las cosas vayan a ser como antes. Perdemos la inocencia, expulsados del paraíso aquel donde Tarantino solo había dirigido las dos mejores películas de toda una década, y nos enfrentamos con la realidad; la madurez ha llamado a tu puerta y no queda otra que apretarnos los cojones y decir, sí, qué cojones, voy a enfrentar mis miedos, voy a atreverme, voy a volver a exponerme al sufrimiento, al dolor, a la desilusión. Esa determinación adulta que ha dejado de esperar el Edén y se conforma con que el sexo a partir de los 30 no se convierta en un gag de Matrimoniadas.

Y envuelto en esa nueva esperanza, en ese acto de fe, en esa renovada fuerza por comernos el mundo y sentir que nada puede dañarnos, quizá descubramos que todo ha cambiado, que nada es lo mismo, pero es mentira que cualquier tiempo pasado fue mejor, y que los cambios pueden depararnos momentos especiales que nunca creímos sentir bajo nuestros píes. Ese momento de reconocer que sí, que valió la pena arriesgarlo todo, y apretar los dientes. Porque joder, quizá nada vuelva a ser como antes, los errores no pueden desandarse. Pero aún así, ha valido la pena olvidar el dolor.

Y me van a permitir ustedes que hoy no se lo dé todo (tan) mascado.


Archivado en: Cine

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