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30 Rock: Réquiem por el humor

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Estoy absolutamente convencido de que hay dos frases que se deberían eliminar para siempre de las conversaciones entre personas civilizadas. La primera es, claro: “Yo es que veo muchas series”, dicho como símbolo de distinción. Este tipo de personas están absolutamente convencidas de que ver series hoy en día es el equivalente a leer a Kierkegaard o escuchar sinfonías perdidas de Mozart, sin darse cuenta de que es más bien como ir a un restaurante de comida rápida: Sí, los hay que eligen un buen menú, los hay que eligen un menú pésimo (pero se divierten con el juguetito de regalo) y los hay que simplemente quieren engullir sin mirar la calidad de lo que se meten en la boca. Veinte McPollos, ochenta patatas demasiado fritas, The Big Bang Theory, qué más da. La segunda frase que se debe eliminar es diferente a la anterior y, a la vez, inquietantemente similar: “Las series han superado al cine” (en todas sus estúpidas variantes: “No lo llames televisión, llámalo HBO”, “¿Ir al cine? ¿Para qué, teniendo The Walking Dead?” o “Me han extirpado una parte del cerebro que me impide ver la diferencia entre Mad Men y Billy Wilder”). Estamos de acuerdo, el cine actual no tiene una calidad que nos haga tirar cohetes y veinte vueltas de campana, pero coger todo un legado cinematográfico y tirarlo por la ventana para sustituirlo por, por ejemplo, la sobrevalorada (pero decente) Girls, es un auténtico despropósito. Y no me lo estoy inventando: El otro día pude leer cómo se comparaba a Lena Dunham con Woody Allen, porque, ya sabes, temporada y media de una serie es comparable a una trayectoria que durante décadas fue intachable (y no, no estoy hablando de los últimos años, obviamente).

¿Y a qué viene todo este coñazo y a esta diatriba sobre el mundo de las series y los seriéfilos que se creen mejores que el resto de los humanos? A un hecho obvio: Estamos, sin duda alguna, en la época de oro de las series. Hoy por hoy hay más calidad en televisión ficcionada de lo que ha habido jamás... y no, obviamente no me refiero a La Que Se Avecina, sino más bien a cosas como Juego de Tronos, Arrested Development (¡que vuelve ya!), Gravity Falls, Dexter, Sherlock o las series de Ricky Gervais (así, en general). Pero muchas de las series que vemos semana tras semana tienen vocación de películas (sin ir más lejos, la propia Sherlock o Black Mirror son películas disfrazadas de falsa serialización), y el medio aún está buscando su propia narrativa. Esto es, por ser menos pedante: Las series tienen que descubrir que son series. Tienen que mirar dentro de si mismas y decir, de una vez y sin tapujos: “Sí, no podemos usar los mismos recursos que las películas. Sï, tenemos que ofrecer una gran experiencia diferente a la que habéis visto hasta ahora. Sí, esperad lo inesperado”. Dejar de una vez ese recurso tan manido de “¡Oh, es tan buena que parece una película!” o “¡Tiene chistes tan buenos que parecen escritos para cine!”. Y aquí es donde entra, por fin, la serie de la que os estoy intentando hablar: 30 Rock.

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Para todos los que vemos series a menudo, hay algunos productos que nos dejan huella justo después de que se vayan. Personalmente, sentí (y siento) esa huella con series como Scrubs (y no con esa “nueva generación” que, como todas las nuevas generaciones, era inconsistente y no tenía razón de ser), Pushing Daisies, A Dos Metros Bajo Tierra o The Office (versión Reino Unido, que nunca perdió su mordiente, al contrario que la estadounidense, que perdió todos sus dientes alrededor de la quinta temporada). Y, al lado de estos productos que nos dejan huella, están los que realmente son inolvidables, los que sabemos que, por mucho esfuerzo que pongamos, jamás lograremos superar. Friends es un buen ejemplo (al menos para los que lo vimos en su época, aunque ha perdido muy poquito), pero si hay una serie que sé que jamás olvidaré y que tomaré como referencia para cualquier proceso creativo de mi vida, esa es 30 Rock. En serio. Merece la pena pararse un momento, leer qué demonios estás escribiendo y preguntarte “¿Tina Fey haría esto así? ¿Es esta puta basura mejor que 30 Rock?”. Claro, que como no quiero tener que tirar este artículo a la basura después de tres párrafos largos, mejor seguimos adelante.

Quizá a algunos os haya picado la curiosidad: 30 Rock es una comedia de veinte minutos que cuenta con un humor… digámoslo así: Diferente. Pero no un humor diferente como el que te dice tu primo Paco, ese “del friki del Seldon Cuper ese que te mofas ai de que es tó friki y tó pringao”, sino un humor que te obliga a prestar atención, a hacer caso a lo que te están contando de forma continua, un humor metareferencial hasta la naúsea que no gustará a los que quieren un divertimento sencillote, pero sí, y mucho, a los que busquen algo más. Una serie para los amantes de las series. Una serie que se sabe serie. Una serie que ama no solo la televisión, sino también a los que la ven y disfrutan. Así es 30 Rock: Un pequeño milagro que sucede de vez en cuando. Una obra maestra de la comedia simplemente inolvidable.

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No, no voy a describiros la trama, ni sus pantagruélicos, mezquinos, caricaturescos y entrañables personajes, ni voy a insistir diciendo que sus episodios en directo son los mejores veinte minutos de humor son ya historia de la televisión (junto con El Concurso de Seinfeld o El De Los Embriones de Friends, quizá incluso un peldaño por encima de éstos), ni voy a deciros esa mamarrachada de “Todos sus episodios son oro puro” (porque la primera mitad de la primera temporada es intragable, y muy diferente al resto de la serie), ni voy a insistir en que los guiones están tan medidos milimétricamente que no hay un episodio en el que no haya un golpe de humor cada diez segundos, aunque sea una pequeña puya, una referencia para los más fanáticos o un gag de fondo que pueda pasar desapercibido, ni en que la propia serie confía en nuestra inteligencia y no nos explica sus chistes, dejando al espectador que decida si lo que está viendo es una marcianada o una maravilla. Solo puedo decir que 30 Rock es una serie que hay que ver, sí o sí, para comprender lo que va a pasar en el mundo de las comedias televisivas en un tiempo futuro.

Adelante, venga, nombrad a la serie rara por excelencia. Sé que muchos lo estáis deseando. No habéis visto ni un minuto de las locuras de Liz Lemon, pero ya tenéis el nombre de Community en los labios. Six seasons and a movie. Que sí, que Community está muy bien, que es tremendamente divertida, que tiene episodios genuinamente maestros (el del paintball, que sí, pesaos, que sí)… Pero, sedme sinceros: ¿Nunca os da la impresión de que Community se fuerza a sí misma a ser “la serie rara del momento”? Hay episodios que parecen destinados a que digamos “Oh, ja ja, qué raros son”, que no necesitan meter gags porque, ya ves, Abed sueña con el mundo en stop motion y Greendale se ha transformado en un musical. Y ahí es donde entra la gran diferencia con 30 Rock: La serie que hoy nos ocupa no necesita hacerse la rara. Es genuinamente rara. Sus diálogos siempre tienen chispa, sus personajes siempre tienen algo que contarnos, sus referencias están hechas siempre con cariño. Parece como si a Liz Lemon, Tracy Morgan, Jenna Maroney y compañía nadie les hubiera escrito esos enrevesados guiones y esas kilométricas líneas de guión, precisamente gracias a que el equipo de guionistas sabe muy bien lo que hace en cada momento, sabe controlar cada frase, cada argumento y consigue que todas las líneas del programa, desde el primer episodio de la primera temporada hasta el episodio con el que nos despedimos de ellos para siempre la semana pasada, tengan una coherencia propia de genios, en el que ningún personaje tiene, de repente, una personalidad fuera de lo normal en él (al contrario que en Community… ¡Y solo llevamos tres temporadas!), y que muestra tantas rarezas en un episodio como Community puede mostrar en una sola temporada. Por haceros una idea: 30 Rock podría tener, en un mismo episodio, una guerra de paintball en la sala de guionistas, un episodio en stop motion mostrando cómo ve Kenneth Parcell la vida, un musical de Jenna con letra hilarante y, a la vez, darle tiempo a contar una historia más de la patética vida amorosa de Liz Lemon y a mostrar un par de cortes de programas falsos que podrían existir perfectamente en la vida real. Todo ello, para rizar el rizo, sin que al espectador le pareciese raro o fuera de lugar en ningún momento. Es decir: Este podría ser, perfectamente, un episodio de 30 Rock estándar. Y ojo, lo vuelvo a repetir: Me encanta Community. Es, simplemente… que no está tanto al nivel.

Esta imagen os describe a todos ahora, ya lo sé, ya.

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¿Queréis un ejemplo de la grandeza de esta serie? Podéis ver el plano final. No quiero hacer spoilers del asunto, pero es un plano que resume perfectamente la esencia de la serie: Una deliciosa rareza, un dulce para todos los amantes de la comedia al que no le supone ningún problema gritar “Eh, ¿soy una serie rara? ¿En serio? Pues bueno, si soy una serie rara, me gusta ser como soy. Disfruto siéndolo”. 30 Rock es una apología de la televisión de calidad, precisamente porque es consciente de dos cosas: En primer lugar, de que es una serie, por lo que, si quiere dar lo mejor de sí misma, debe hacerlo en cada episodio, sin confiar en que el siguiente sí que será bueno. Sabe que un espectador fiel se crea semana a semana, y que la experimentación es la clave del éxito, sí, pero sin abandonar las viejas costumbres. Dicho de otra forma: Debe enganchar en cada episodio a espectadores nuevos y hacer que los antiguos sigan con ganas la serie, sin sentir que se repite a sí misma. Por decirlo de alguna forma: Community hace que los nuevos espectadores tengan muy difícil saltar en mitad de una serie sencilla de ver, mientras que 30 Rock hace que los nuevos espectadores hagan ese salto de forma sencilla, siendo una serie mucho más milimetrada, precisa y compleja de ver. ¿Qué quiero decir con esto? Que si disfrutas Community, cacho melón, quizá debas abrir los ojos y, en vez de ver los episodios repetidos una y otra vez, darte cuenta de que hay más series de calidad ahí fuera (lo mismo diría con los Whovians-plastas, pero ese es otro cantar).

En sus siete años, 30 Rock ha sido una serie que ha tenido sus más y sus menos, sus personajes que funcionaban y los que no (que se quitaron de encima de forma genial), sus tramas mejores y peores, pero que siempre ha gozado de ser ese gran y extraño último bombón en la caja que nadie quiere coger por miedo a que sepa mal, solo con este caso no solo sabe bien: Es una ambrosía de sabores, una genial mezcla de gags que funcionan como en casi ninguna otra serie, una serie que trata al espectador como alguien inteligente y no como un peso pesado que debe ver la serie aburrido en su sofá. Aunque en sus últimos compases 30 Rock nos deje la enseñanza de que, al final, la mediocridad triunfa y las series que quieren dar calidad a la televisión se diluyen, su mera existencia es la prueba de que esto no es así. Podría seguir escribiendo horas sobre 30 Rock, pero este es el mejor consejo que os puedo dar: Dadle una oportunidad. Hasta el final de la primera temporada. Dejad que os enganche. Entrad en la vida de Liz Lemon poco a poco. Enganchaos a sus Blerghs, sus What The What y a su relación amistosa (y nunca de otra forma) con Jack Donaghy. Reíd. Reíd de una puta vez con humor inteligente del de verdad. Del que, realmente, os hará más inteligentes y hará que queráis retaros a vosotros mismos artísticamente, no de ese humor inteligente en el que el que lo escribe se sabe mejor que tú.

mozzarella

You’ve got Lemon, make lemonade.


Archivado en: Televisión Tagged: 30 rock, gifs de 30 rock, high fiving a million angels, por que hay que ver 30 rock

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